Castillo de Marmionda


El castillo, situado sobre un elevado promontorio, en la localidad de Portezuelo (Cáceres), domina la "Vía Dalmacia" que une la Sierra de Gata con la Vía de la Plata. El origen del castillo está en la ocupación musulmana de la península ibérica, aunque no hay referencia alguna anterior al año 877, en el cual ya se cita dicho castillo. Es un emplazamiento que desempeñó un cometido estratégico durante la reconquista desde finales del siglo XII hasta su toma definitiva por Alfonso XI en 1213. El monarca lo entrega a la Orden de Alcántara, que mantuvieron un pleito con los Caballeros del Temple, que se consideraban con derechos sobre el castillo por haberles pertenecido temporalmente tras la conquista efímera de Fernando II en 1167. Durante estos años y conforme la frontera con los musulmanes se alejaba, mantuvo su función defensiva pero esta vez contra las posibles incursiones del Reino de Portugal.  Fueron varios los asaltos y asedios que sufrió este castillo y por tales motivos la orden de Alcántara comenzó su reconstrucción a partir del siglo XIV. Durante el siglo XVI el estado del castillo llego a rozar la ruina, el 2 de abril de 1548 se le encargó a Pedro de Ybarra que realizase las obras, siendo comendador de Portezuelo don Fadrique Enríquez. Dichas reformas se hicieron para adaptar la fortaleza a las nuevos métodos defensivos y a las armas de fuego.

Fortificación. Imagen Satélite. Fuente: IDE Extremadura

Tradicionalmente se conoce con el nombre de Marmionda, que evoca la romántica y trágica historia de amor entre la bella Marmionda, hija del alcaide moro de la fortaleza y un noble caballero cristiano y a la cual dedico unas líneas más adelante en esta entrada. La Orden de Alcántara constituyó aquí una encomienda con sede en el castillo, construyendo poco a poco residencias, espacios administrativos, sin descuidar la defensa. 

Existieron tres recintos concéntricos, de fuera a dentro serían barrera, adarve y alcázar. De la barrera no se conservan restos apenas, del adarve a modo de barbacana persisten algunos lienzos y parte de una impresionante puerta gótico-mudejar de época medieval. En cuanto al alcázar es el recinto interior o castillo propiamente dicho, se pueden ver la mayor parte de sus muros de fabricación musulmana y las dos torres que se adosan a los muros y que son de fabricación cristiana, la oriental es la Torre del Homenaje, ahora están casi desmoronadas en un estado crítico de conservación, una lástima. El interior del recinto es ahora un montón de ruinas entre las que se encuentra un aljibe de grandes proporciones.

Esquema de la Fortificación. Fuente: Panel Informativo

La fortaleza, que se encuentra bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español, tras la remodelación que sufrió el a finales del siglo XX, quedó en estado de ruina consolidada. Actualmente se encuentra incluida en la Lista Roja del Patrimonio.




Como he indicado previamente, la denominación de Marmionda viene dada de una conocida Leyenda local, que paso a relatar:
    En época de los Reinos Taifas, el Alcaide musulmán que regia el castillo era conocido en todo el territorio por la inigualable belleza de su hija, cuyo nombre era Marmionda. Además de su extremada belleza, la joven era el orgullo de su padre por sus virtudes y bondades.
    En una de las frecuentes incursiones fugaces de saqueo y rapiña en tierras del enemigo por parte del alcaide del castillo, se topan con una partida de soldados leoneses y extremeños que por un cumulo de circunstancia se hallaba perdida. Tras una breve y desigual batalla, por ser el ejército musulmán superior en número, el capitán que mandaba las huestes cristiana manda rendir armas.
    Apresados, son conducidos al castillo de Portezuelo donde son encerrados en sus mazmorras, hasta que, como es costumbre, pagaran su rey o familiares el satisfactorio rescate por su libertad. No tarda mucho el alcaide del castillo, en averiguar que entre sus prisioneros se halla un noble caballero de alta alcurnia leonesa, el cual es conducido ante su presencia.
    “Veo que sois vos quien estabais al mando de estas tropas, pues respeto y obediencia os otorgan los de mas prisioneros. Creo que por vos conseguiré más tesoros que por todos ellos juntos. Decidme vuestro nombre noble caballero.” -Habló el alcaide.-
    Escuchado su nombre, el alcaide mandó mensajeros a tierras cristiana solicitando por escrito el rescate de sus prisioneros.
    -Y tras esto dijo el caballero leones: “Y una cosa sólo os ruego, que como se trate a mis caballeros, se me trate a mí.” Dijo el caballero leones.
    “Así se hará, pues bárbaros no somos.” –Respondía el alcaide justo en el momento que en la sala entraba su bella hija.-
    “Padre quiero hablar con vos…, perdonadme padre, no sabía que estabais ocupado.” Dijo al darse cuenta de la presencia del noble caballero cristiano.
    Un cruce de miradas bastó para que en ese instante, el noble cristiano quedara prendado de la hermosura de Marmionda, y que ella le correspondiera con una dulce sonrisa y un brillante resplandor en sus ojos.
    Durante meses de espera en la prisión, la joven sarracena aprovechaba, sobre todo en ausencia de su padre, para visitar al prisionero caballero y corresponder a sus galanteos. Día a día, momento a momento, entre palabras y miradas ese secreto amor fue creciendo. Más cristiano él y mora ella, ante la realidad de un amor imposible, ellos no se daban por vencidos.


    Y fue pasando el tiempo hasta que, un día llega al castillo una comitiva leonesa con el dinero del rescate solicitado, la libertad estaba próxima, mas el no la anhelaba, no sin su joven amada. Pero debía partir hacia tierras cristianas. Triste fue la despedida de la pareja enamorada, tras un fugaz y oculto beso, él le promete que regresará con la espada envainada y con sus manos abiertas llenas de tesoros para agasajar al alcaide y apelando a su corazón pedir por amor desposar a su hija. Mas llorando queda Marmionda.
    Pasaron los meses, y la antes risueña, vital e ilusionada Marmionda, es ahora por la ausencia de su amado caballero, una triste e indiferente mujer ante los ojos de su padre. Este, preocupado por el estado de su amada hija, y sin saber los motivos reales de su calvario, intenta alegrar a la joven a través de regalos y caprichos, mas nada funcionaba y por recomendación de sus consejeros decidió que en edad casadera ya estaba y por tanto debía elegirle un esposo digno a la altura de su amada hija.
    Los más nobles aspirantes sarracenos de la comarca llegaron para desposar a la bella Marmionda, ella entre tanto, como no podía oponerse a la voluntad de su padre, retrasaba su decisión mediante artimañas, una y otra vez, dando tiempo así, a la llegada de su amado caballero cristiano. Pero el tiempo pasaba, y su padre ante las reiteradas excusas de la hija, le eligió marido, y poniendo fecha y hora, daba por comienzo los preparativos del enlace.
    Visto que el tiempo apremiaba, Marmionda decide enviar un emisario de su confianza al reino de León para que carta en mano, informe a su cristiano caballero de los esponsales decididos por su padre.
    Y sin noticias algunas, llegó el día de la boda. Mientras, Marmionda en su cámara era atusada, peinada y vestida de seda multicolor, pero sus pensamientos y su mira estaban perdidos en la lejanía que veía a través de su ojival ventana. Para ella ya no había esperanza, sus sueños de amor quedarían rotos, sus ilusiones desparecidas, su tristeza eterna, ahora pasaría su vida al lado de un hombre que no amaba, alejada de su castillo, de su padre, y sobre todo de su único amor.
   Pero en ese momento, en el horizonte divisó una nube de polvo, su corazón comenzó a latir frenéticamente, ¿sería su amado que venía a reclamar su amor?
    El cuerno de aviso de peligro resonó en el castillo, los vigías habían divisado jinetes  cristianos dirigiéndose rápidamente hacia el castillo. El pánico se apodero del recinto amurallado. Entre el alboroto de sorpresa y miedo, los gritos de los capitanes sarracenos se escuchaban por las almenas y murallas del castillo.
    Antes de llegar al alcance de sus arqueros, las tropas cristianas se detienen, y ante el asombro de los defensores, dos jinetes junto a un abanderado con el emblema leonés, se acercan al paso pidiendo parlamento.
    Desde la ventana de sus aposentos, la joven Marmionda enseguida reconoce a su amado caballero entre los jinetes que se acercan, la sonrisa vuelve a su cara, fiel a su palabra el caballero cristiano había vuelto a por ella.
    Las puertas de castillo se abren, y tras ella a caballo sale el alcaide junto a uno de sus capitanes y su abanderado al encuentro de la avanzadilla cristiana. Al acercarse el alcaide reconoce a uno de los caballeros, es su antiguo prisionero.
    “Como osáis presentaros armados a tan insigne ceremonia, sin que tan siquiera estabais invitados, que pretendéis interrumpiendo así el enlace de mi hija.” -Dijo indignado el alcaide.-
    “Mi señor, en los meses que pasé preso en sus mazmorras quedé prendado de amor de su hija Marmionda, de la cual dulcemente correspondido. Os ruego que paréis este enlace desdichado, y me entreguéis su mano a mí en sagrado matrimonio, yo colmaré de amor y riquezas…” –Hablaba el capitán cristiano cuando es interrumpido por el alcaide.-
    “Pero como pudo ser, y a mis espaldas. Mentís bellaco, mentís. Como os atrevéis, jamás entregaré la mano de mi hija a un perro cristiano.” –Y tras estas palabras el alcaide dio por concluida la reunión, y al galope se dirigió hacia su castillo.-
    El capitán leonés, que había jurado reunirse con su amada, ante aquella beligerante actitud, decide que si no es por las buenas, será por las malas, y reúne a sus jinetes en formación de ataque. Ante la sorpresa y estupor del alcaide ya al frente de sus tropas, pues nuevamente les superaban en número, manda atacar la fortaleza.
    La lucha es encarnizada. Mientras la bella Marmionda, observa el devenir de la batalla con el corazón dividido, tiene sus ojos puestos en valiente caballero que entre mandoble y mandoble se va acercando al castillo. Sufre y llora, la bella Marmionda, mas por miedo que por amor.
    En el fragor de la contienda, la joven ve como su amado caballero es abatido de su caballo por un golpe de cimitarra, el caballero yace ahora en el suelo rodeado de sangre. Quieto, inmóvil, pasan los minutos, y la bella Marmionda, creyéndole muerto, destrozada y sin razón ya para su existencia, se arroja desde su ojival ventana al vacío, estrellándose su dulce cuerpo sobre las escarchadas rocas que cimientan el castillo.
    En ese preciso instante, el amado caballero recobra el conocimiento perdido tras interminables minutos, por el brutal golpe dado en su cabeza tras ser apeado del caballo, pero ya es demasiado tarde, un brutal grito de dolor resuena en todo el castillo, al ver el cuerpo de su amada yacer destrozado entre los riscos.
    Presa de la ira, la pena y la locura, el capitán cristiano, arroja su espada y raudo comienza a escalar uno de los riscos más elevados que protegen el castillo y una vez en lo más alto de su cima, tras santiguarse, se arroja también al vacío, y rebotando de peña en peña su cadáver mutilado va a parar, fruto del destino junto al de su amada y bella Marmionda, donde quiso Dios o Alá, que sus manos se entrelazaran como símbolo de su amor más puro.

(Fuente: Jesús Sierra Bolaños)

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